Cuando comencé la secundaria, me di cuenta de que estaba en una escuela donde no me motivaba mucho ir, pero creo que es lo más normal. Es difícil encontrar niños que amen su escuela. En esa época, pasaba mucho tiempo haciendo… bueno, más que haciendo, deshaciendo, porque desarmaba todo lo que encontraba en mi camino. Esto me ayudó a entender, en primer lugar, que me daba mucha intriga cómo funcionan las cosas y, en segundo lugar, a darme cuenta de que no puedo quedarme con la intriga de algo que tengo en mi cabeza. Necesito saber cómo funciona o cómo podría funcionar. Pero la incertidumbre no es algo que me guste, porque… ¿por qué esperar para saberlo si puedo saberlo ya? Bueno, eso es hasta el día de hoy, pero poco a poco voy aprendiendo a controlar mi incertidumbre por saberlo todo.
Pero, ¿qué pasó con la escuela, dirán ustedes? Bueno, sí que pasó. Lo que pasó fue que un amigo me contó que otro amigo iba a una escuela donde hacían cosas con madera, metales y hasta con cosas electrónicas. Mi cabeza explotó, ¿cómo podía existir algo así y yo me lo estaba perdiendo? Lo que hoy llamamos «missing out», yo lo llamaba «¿cómo no me enteré antes de esto?».
Entonces fui a hablar con mis padres y, por suerte, ellos tomaron la decisión de cambiarme de escuela. Estoy muy orgulloso de ellos por esto, ya que significaba salir de mi zona de confort. Pero no solo yo, también ellos. Era mejor tener a los tres en una sola escuela en lugar de que la oveja negra se fuera a otra escuela.
Así que comenzó mi aventura de cambiarme de escuela. Ese año, como era un ritual en mi vida, dejé algunas materias para el final del año, jaja. Una anécdota divertida para mí fue cuando llegué a la universidad y estudiar en verano era algo normal para mí. Ya estaba MUY acostumbrado. Entonces me informaron que para cambiarme de escuela tenía que rendir unas 11 materias, además de las que dejé del año anterior. Otro desafío para mis padres, quienes me enviaron a una profesora. Una genia que me ayudó a estudiar y a sacar las 15 materias como si nada.
Y así entré a la escuela que me cambió o me reinventó, eso no lo sé, pero la Escuela Industrial Domingo Faustino Sarmiento me enseñó algo muy simple pero muy importante: resolver problemas de la forma más efectiva y eficiente posible. Puede sonar simple, pero es muy complejo, ya que se trata de obtener el mejor resultado con la menor cantidad de recursos y causando el menor daño posible al entorno.
Por lo tanto, desde el primer día en esa escuela, fui alguien que disfrutó al máximo ese camino. Estoy muy agradecido por la gran ayuda de mis padres y de la escuela que me cambió para siempre y me enseñó, desde muy pequeño, algo muy importante.
Ahora te toca a vos, tu o a ti.. A pensar que cambio tuviste en tu vida que sin ello no estarías donde estas hoy.
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